UN TÉ CON LAURA
Parecía un encuentro casual, tú andabas de la mano de tu gran amor, feliz con ese pedacito de alegría que habías logrado rescatar después de tantos años de sufrimiento; caminar enlazada de la mano, prendida de sus ojos como cuando eran novios, cuando tú simplemente eras una buena muchacha, maestra, casi tímida para los que no te conocían bien, pues no hablabas mucho pero sonreías a menudo, alguien por quien ninguno de tus amigos hubiera apostado como la voz de un paradigma.
Pero ya eso era pasado hacía mucho tiempo, ya tú sabias todo eso, ya tú sabías quizás aquello que nunca hubieras querido saber, porque hubiera significado tal vez no vivir tanto dolor material e inmaterial, tanta decepción guardada entre líneas no confesadas, menos amargura y tristeza que irían carcomiendo traicioneras tu salud de mujer entera.
Como mujer sabia que eras, también presentías lo que se avecinaba; tu intuición en esos días estaba afilada con el filo de lo inminente.
Te vi venir y crucé a saludarte, porque sin poder explicarme la razón, cada vez que te veía, sentía algo interiormente parecido al reconocimiento de un alma ya encontrada en un sitio remoto de la memoria, que no alcanzamos a recordar; como si sin saber de dónde viene esa fuerte presencia, recibimos un viento fresco que nos alivia de tanta carga acumulada.
Tu amor, tu novio eterno, tan gentil como siempre y como cómplice respetuoso ante la conversación de dos damas2, cortésmente se alejó, dejándonos el espacio necesario para sentirnos cómodas en una conversación que aunque, al menos yo, no lo sabía todavía, era urgente pues sería la última; sería la despedida de dos almas que se cruzaron fugazmente, el tiempo preciso para reconocerse en sus bondades y dejar hecha una cita para un próximo encuentro en un tiempo aún no existente.
Hablamos mucho, más de lo que yo pensé que podrías escucharme, dado tu escaso tiempo libre (se me ocurre pensar que era parte del Plan Divino donde todo está perfectamente dispuesto y nada sobra y nada falta)
Era como si estuviéramos saldando cuentas necesarias antes de un viaje para el que ya tú tenías preparadas las maletas, y como buena maestra no soportabas el desorden; todo tenía que quedar organizado y bien archivado.
Nos reímos de varias cosas que me contaste y que te conté, hasta que apareció tú príncipe a rescatarte quizás hasta un poco celoso del tiempo que posiblemente no les alcanzaba para mirarse lo suficiente, después de tanto anhelo frustrado durante los años de ausencia obligada, quizá con la premonición de lo que estaba por venir; la separación a que serían de nuevo forzados a sufrir, pero esta vez, sin tiempo preciso.
Por eso lo apretabas de la mano, como para que nadie te lo pudiera quitar, como si quisieras decirle lo que ya tú sabías, para que se fuera contigo.
Pero Tú eras Tú y no querías interferir en la misión que a él le tocaba todavía cumplir, esa también era parte de tu ética y tú conocías muy profundamente que ya tu destino y el de él estaban enlazados como almas gemelas, por lo que en definitiva, no había de qué preocuparse.
Esa fue la última vez que pude hablarte de cerca, y tocarte con un beso de despedida, después sólo recuerdo aquella tarde del 24 de Septiembre de este año, cuando me estaban deteniendo en la esquina de tu casa y logré gritar tu nombre (tenía mucho miedo por la forma salvaje en que lo hacían y que me dejaría sus secuelas). Me pareció ver que te asomabas a la puerta y me hacías un gesto con la mano, quizá para tranquilizarme o para darme del valor que a ti te sobraba, como hacen las madres con sus hijos cuando están asustados, aunque ya sean grandes.
Nosotras las Damas de Blanco a fin de cuentas, somos eso, el fruto de un sueño creado junto a otras pero logrado en toda su dimensión, en tu vientre de mambisa pacífica.
Exactamente cuatro días después de tu desaparición física, el 18 de Octubre, debíamos reunirnos para nuestro Té Literario mensual, pero esta vez sin ti; no sé, todo ocurría demasiado rápido, pienso que estábamos aún muy aturdidas y choqueadas con lo sucedido, y no supimos organizarnos lo suficiente como para poder asistir en mayoría a nuestra cita, la que habitualmente tú presidías, no estábamos preparadas para tu ausencia. De alguna manera oculta en nuestras mentes y nuestros corazones angustiados no aceptábamos sustitución alguna aunque fuera la mejor; o simplemente quién sabe, la tristeza nos paralizaba.
Fue un momento difícil, parecía que los esbirros se saldrían con la suya, que aprovechándose de una ligera grieta causada, posiblemente por ellos mismos, de un resquicio de la vida, inevitable para nosotras, acabaría definitivamente con la peor piedra en su camino: las Damas de Blanco; eso creyeron, Ellos, algunos detractores y otros escépticos.
Se respiraba un aire de suspenso, como cuando está a punto de ocurrir una Injusticia Universal; demasiados ojos en el Mundo nos seguían atentos, todas estábamos tensas y las auras tiñosas represoras revoloteaban en ansiosa expectativa, antecediendo lo imposible, sintiéndose ya agoreras de un triunfo tan añorado que hasta osaron atreverse a citar a algunas de nosotras para amenazarlas y asegurarles con absoluta prepotencia que lo de las Damas de Blanco “SE ACABÓ (pobres infelices frustrados)
Hoy, sólo un mes después de tu partida a un sitio mejor, en nuestro Té literario segundo, posterior a ese día fatal, 18 de Noviembre: logramos llegar la mayoría de tus Damas, burlando el cerco que nos hacen los represores de la Verdad buscando cada una , las estrategias más creativas que nos fue posible, sorprendiendo así, imagino, a nuestros enemigos de siempre que confiados en su mentira, vamos a decir, vamos a suponer, que “descuidaron” su asedio o como todos los abusadores, subestimaron la Fuerza imparable que ya alcanzó el Movimiento Damas de Blanco Laura Pollán y que en contra de toda lógica asesina y cobarde; se acaba de multiplicar en una ola que terminará por arrasar toda los obstáculos a su paso y se mezclará con otras aguas transparentes que tendrán un único rugir, que cambiará la historia de nuestro país.
Fue un tarde memorable llegamos a acuerdos, emitimos opiniones diversas, tomamos decisiones y hablamos de sueños futuros y finalmente Laurita colocó una preciosa foto tuya junto con los primeros elementos de lo que será un registro de consulta imprescindible para nuevas generaciones: el Museo de las Damas de Blanco, como nos llamaremos todas de ahora en adelante, en un acto de reconocimiento merecido.
Cuando ya me iba ese día después de tantas emociones y reconciliaciones interiores, feliz para mis adentros por encontrar tantas respuestas en una aparente apacible tarde, no pude evitar percibir que la mayoría de nuestros enemigos, los que aún se veían apostados (muchos se retiraron o se escondieron), estaban quietos, callados como quien está sobrecogido por algo; fue por eso que sin poderlo evitar, miré intrigada a mi alrededor.
Era la primera vez desde que yo estaba con ellas, que notaba a las Damas caminando y conversando tranquilas al retirarse y no como quien anda huyendo del diablo amenazante en cada esquina.
Poco a poco sin poder adivinar exactamente de donde procedía, comencé a sentir una paz inexplicable para mí hasta ahora, en esta calle, donde tantas lágrimas se han vertido.
Se me ocurrió de pronto voltearme a mirar de nuevo la puerta del número 963 de la calle Neptuno y fue entonces que te descubrí, allí, asomada, como aquel día en que grité tu nombre pidiendo protección y me hiciste un gesto de aliento con la mano.
Comprendí entonces el por qué nuestros enemigos habían estado todo el día tan callados, sin gritar sus acostumbradas palabras soeces, por qué nos habían dejado cruzar esa puerta sin impedirlo brutalmente como otras ocasiones; aunque al fin y al cabo ellos son sólo unos cobardes y es una Ley Divina, establecida por los siglos de los siglos que las Tinieblas le temen a la Luz; se sentían sobrecogidos ante una verdad sencilla pero irrebatible, que los dejaba impotentes muy en su interior aunque no lo reconocieran oficialmente.
Te habías ganado por mérito propio el RESPETO del mundo y ELLOS eran parte del mundo; estaban contra la pared.
Ya no podrían golpearte ni halar tu rubia cabellera nunca más, no podían alcanzarte aunque quisieran y no sé por qué me pareció adivinar un guiño irónico y cómplice al mirarme sonriente.
Ahí estabas tú con tu mirada clara despidiéndote con un gesto de tu mano conocido ya por mí, protegiéndonos a tu manera y diciéndonos de alguna forma, que siempre estarías esperándonos en esa puerta para ayudarnos en lo que te necesitáramos y dispuesta a compartir un té con nosotras.
@na
Ana Luisa Rubio
19 de Noviembre de 2011