Aramusa28

Sobre Arte y algunas de sus manifestaciones

La bijirita a la que le faltaba un ala. Cap. 3

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La abuela derecha (por el papá) y su propósito

Capítulo 3

Parecía una reina cuando salía de paseo. La espalda, recta, erguida. La mirada siempre  guiñada, como quien va atisbando por la vida, buscando en el tuétano de todo para enderezarlo.

— Enderézate.

— Déjame tranquila.

— Una mujer debe siempre estar derecha para ser.

— Qué importa eso. Déjame tranquila.

— Estás jorobada. Te vas a quedar así y no serás.

— Déjame en paz.

Era como un mazo de caña apilado derecho para el guarapo de la tarde. Ya estaba cortada y arrinconada pero cumpliendo su  propósito, alimentar a otros. Endulzar la vida de otros aunque la suya fuera molida, exprimida. Para eso nació, para alimentar el espíritu derecho de otros en el punto exacto donde crece aquello indispensable para sobrevivir y ser derechos y altos…y buenos. La voluntad. La de ella. De hierro.

— Enderézate.

— Déjame.

— No serás.

— ¿Cómo sabes? ¿Tú eres Dios?

— No. Pero soy a su imagen y semejanza. Dios es derecho.

Les gustaban aquellas tardes inolvidables plenas de cuentos de guajiros y fantasmas e historias viejas de la abuela, compartidas las dos en esas jornadas sosas de pueblo manso y soñoliento. Tendida a los pies de ambas estaba la gata amarilla y ninfómana que las seguía a todo lugar espantando sombras. La pobre gata amarilla y ninfómana que siempre estaba parida  y la botaban muy lejos y la niña lloraba y se la traían de nuevo hasta que un día no regresó más. Tardes de café con leche y panqueques y leche blanca con canela para la gata ninfómana que una tarde no volvió a tomar su leche blanca con canela y ni el llanto de la niña la pudo traer, quedando seguramente bien casada.

Contaban hojas de aburrimiento en las tardes, sentadas en el portalito de la casa pequeña de pueblo pequeño lleno de matojos, que les había regalado el tío, el más chiquito, quien  se fue derecho un día por el camino de piedras y nunca le vieron de nuevo la risa. Era el que le trajo la muñeca de vidrio que las niñas le envidiaban. Por eso se alegraron cuando no trajo de nuevo su risa, los niños a veces son malos pero después se les pasa si alguien vigila para que estén derechos. Era el tío bueno, no sólo por la muñeca, sino porque nunca tuvo joroba. Nació derecho.

Ella, la abuela (por el papá) los formó así rectos, sin vericuetos, a todos los que quiso y no quiso. A todos los enderezaba igual o lo intentaba con obstinación. Algunos eran duros como ella pero con almas de hielo o con cierta hosquedad heredada del abuelo que sólo entendió de hijos con barrigas llenas y sin tanta “pajarería”. A esos los perdonaba como hace quien es a imagen y semejanza de Dios.

Eran sus frutos, no los juzgaba, más bien, disimuladamente, los apuntalaba para que parecieran derechos y finos…y buenos. Les tenía lástima en su corazón de hierro. Sólo dos no lo necesitaban, esos eran su secreto orgullo aunque nadie sabía, a estos a veces les sonreía como un regalo supremo. Pocas veces sonreía, ni besaba… no tenía tiempo (y no le gustaba besar mucho) eso la debilitaba y ella era el horcón principal de una obra que sin ella se caería. Tenía que dar el ejemplo y estar derecha y sin grietas — ¡Había tanto que enderezar!—decía.

Tenía que enderezar el mundo…de ella; por eso cuando sonreía, todos lloraban de alegría.

— ¿Y la niña por fin…?

— ¿Quién?

— La de la madrecita y la loma y los domingos sin mamoncillos.

— ¿Qué tiene que ver eso ahora? ¡Qué importa!

— Sí importa. Pensaba demasiado. ¡Había que enderezarla!

— ¿Cómo crees? — ¡Era de hierro también!

— Hasta el hierro se endereza.

—Pero cuesta… y toma tiempo.

— La amaba.

— Puede doler.

—. Para eso nació. Ese era su propósito ¿recuerdas?

Cumplió. Lo hizo. Le puso polvo de estrellas en el alma. Después la amasó con lágrimas de hadas. A veces se le resbalaba entre las manos y se le caía y se le hacían mínimas jorobas onduladas y la cargaba y la curaba con un beso de lado (no le gustaba besar)  Le soplaba quimeras al oído y le untaba ungüento de árnica en cada nueva decepción y la cargaba sin besarla pero le cantaba verdades serias y le sonreía y la niña lloraba de tanta alegría.

Sus vástagos, celosos, menos dos, se le oponían a su empecinamiento de crecer a la niña. No les gustaba, era rara. Siempre andaba lela. Pensaba demasiado…y lo decía. Hablaba fuerte siendo pequeña, tenía ideas extrañas de sueños que ellos nunca se atrevieron. Se movía al revés y miraba de frente, directo, tanto, que molestaba que mirara tan profundo, donde no querían que nadie viera. Los desnudaba. No les gustaba, era muy sabionda y terca. Se obnubilaba con las cosas finas y luminosas o se extraviaba a menudo detrás de los fantasmas que sólo ella veía. Era ondulada pero recta. Era diferente.

Un día, la abuela (por el papá), tuvo que irse y se fue con un beso dibujado en una sonrisa rara. Derecha. Como una reina… en paz.

La niña no la lloró, sólo se quedó como pasmada sin hablar fuerte ni nada. Se  quedó pensando ahí sin parar, lela para siempre.

— ¿Y se hizo derecha?

— No, peor, pensaba y pensaba

— ¿Pero se enderezó?

— Se hizo artista y nadie, nadie, notó su joroba ondulada.

— ¿Se volvió derecha entonces?

— No, peor… creció y se hizo filósofa y luego… se hizo poeta.

— ¡Qué tragedia!

— Sí, mejor, se hizo invisible.

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2 de febrero de 2016

 

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